Un cliente se ha obsesionado con mis tetas. Levanto levemente la cabeza y observo su voracidad para comérmelas. Las junta y presiona con sus dos manos ensalivando con la totalidad de su lengua una y otra casi al mismo tiempo. Las chupetea de arriba a abajo haciendo sonidos de fricción entre su lengua y mi piel.
Intenta meterse mis tetas, las dos enteras, en toda su boca. Me remece de placer sentir su insistencia oral… Mete su cara entre el pliegue de ambas, frota en ellas todas las partes de su hermoso rostro. Y su boca, esa boca deseosa se pierde en ellas para succionarme como un bebé hambriento. No puedo más de placer y élo sabe: ÉL sabe que ESO me vuelve loca. Succionar, succionar, succionar, así, así. No es morder, no es agarrar el pezón con los torpes dientes, no, no, él no lo hace como lo hacen otros, él se agarra de la areola entera, se prende sin más y chupa, chupa y chupa sin descanso hasta dejar de escucharme jadear de placer, se pierde disfrutando y eso me excita hasta quebrar mi espalda…
– Te comería cada día, todos los días del año, – jadea mientras besa mi cuello.
– Tu boca me pierde, amor… Me las vas a dejar ardiendo de nuevo, ahhh…- le susurro sin control de mí.
Sonríe, y con su jugosa boca vuelve a capturarlas como un niño embarrándose con su helado favorito.
Pasarán horas, él habrá dejado ya mi cama, pero la huella de su voluntariosa boca seguirá grabada en mi pecho como un latido que se prende y se apaga, como dos faroles que se encienden al roce de mi remera, los pezones ardiendo con la fibra de mi sostén, y esa sensación me llevará a él otra vez, a recordarlo con placer esperando volverlo a ver…
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